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Mostrando entradas de febrero, 2012

Rock

En pleno concierto la súper estrella de rock se electrocutó con su propia guitarra eléctrica. En cuestión de segundos el vasto escenario quedó cubierto por chisporroteantes llamas danzantes y todo el Estadio por denso y negrísimo humo acre. La multitud fue presa del más intenso pánico y, sin orden ni concierto, disparó por las, por fortuna, bien señalizadas puertas de emergencia. Pero no todos los fans allí congregados (los había de toda condición, edad y sexo..) mostraron idéntico comportamiento. No. Los de estómagos más fuertes -¡viéndose ya ricos!-, tomaron por asalto el alto escenario, ya ocupado por completo por las llamas, y trabados en encarnizada lucha, disputaronse los calcinados despojos del Súper Star con la saña febril de buitres hambrientos. Olvidaban los muy ilusos que los Derechos de Promoción y Venta de aquellas “venerables cenizas” pertenecían por entero a la Casa Discográficadel artista. Volver a: Microcuentos

Dosis letal

SI sintiéramos de golpe en nuestro propio ser todo el dolor que se genera en un segundo en el mundo (o tan sólo nos lo imaginásemos así durante ese breve instante), caeríamos al suelo con el alma y el cuerpo destruidos, requemados, como si hubiésemos sido alcanzados por un rayo. Todo ese dolor esparcido vertido en un segundo sobre la faz de la tierra penetrando las almas de nuestros congéneres, mordiendo sus carnes y sus músculos y sus nervios. Todo ese dolor físico y moral y espiritual que se acumula en un soplo en la Tierra, en el ser íntimo de las gentes. Bastaría sí que por un instante nos metiéramos en la piel (que así lo hiciéramos durante un segundo) de esos millones de seres que sufren e hiciéramos nuestro su dolor para que el alma y el cuerpo se nos rompan irreversiblemente, ya para siempre.

Camión

E L CAMIÓN  dejó atrás un tramo de cerradas curvas zigzagueantes y ganando velocidad se internó en una prolongada recta en declive. Entonces lo vio. Era un hombre alto y delgado, de pie en mitad del camino, bajo el calcinante sol de la tarde. Cauto y precavido, queriendo evitar a toda costa cualquier posible accidente, redujo la velocidad del pesado vehículo e hizo  sonar repetidas veces la estridente bocina. Pero el hombre no se movió ni un ápice de su sitio;   permaneció  allí en medio de pie, erguido cuan largo era, absolutamente imperturbable. Consternado –“ no era plan de llevármelo por delante,  de aplastarlo como una mosca, de cargar por el resto de mis días con  esa muerte sobre mis espaldas”…– , sacó medio cuerpo fuera de la alta y espaciosa cabina y prodigó gestos, señas, muecas, gritos y todavía más bocinazos... Pero tampoco ahora el hombre se movió de su sitio. Por el contrario, con reconcentrada determinación  –lo veía ya con absoluta nitidez, pues la dist