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El escultor








CUANDO el artista hubo concluido la realista escultura de un joven de hoy, ésta le habló:


“¿Vas a seguir esculpiendo toda tu vida seres tan tristes y solitarios como yo?”, preguntó.


“No os hago así” le respondió el escultor, “porque yo quiera, como una decisión soberana de mi voluntad. Por el contrario, son ustedes los que terminan siempre imponiéndome la suya. Yo sólo soy el canal a través del cual ustedes vienen al mundo y en éste se manifiestan con entidad y vida propia, ya absolutamente independientes de mi voluntad de creador. "


“Entonces yo podría hacer que tú estuvieras en el mármol y yo incluso ocupara tu lugar como ser de carne y hueso? ¿Podría yo dominar tu vida?”


"Claro. De hecho mi vida está ya enteramente dominada por mis criaturas, y ya en verdad no sé cuál es más real y auténtica, si vuestras tristezas o mi alegría aparente. Yo vivo por y para ustedes; es decir, por y para mi arte, y nada hay más importante para mí que el que ustedes vengan al mundo, cobren corporeidad y vida propia en el papel o en el lienzo o en el barro o en el bronce o en el mármol, adquieran entidad independiente de mí. Yo vivo de forma exclusiva para esto y sé que todos ustedes (afortunadamente) me sobrevivirán por siempre…"


El “joven de hoy”, que ya se había salido temeraria e irreflexivamente del frío rigor del mármol, volvió a incorporarse a éste en un leve soplo…








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