A prA propósito de un poema de Fernando
Valerio-Holguín
A Darío Suro y a Fernando Valerio-Holguín
me une la
pasión por la lluvia en La Vega.
La oigo y la
huelo y la veo caer
y su fría
humedad me anega.
Es la misma
lluvia de la infancia
y de la
primera adolescencia,
cuyo
melodioso rumor y fascinante
poder de
evocación me acompañará
mientras
vida tenga...
Lluvia del
baño jubiloso e infinito
con los
amigos vocingleros y carcajeantes
por las
calles límpidas y lustrosas
cual espejos
del pueblo, saltando
enloquecidos
entre los charcos,
tumbándonos
a todo lo largo
en la
torrentera inverosímil de las cunetas,
aturdiéndonos
bajo el agua violenta
de los altos
y gruesos caños
que golpea
nuestros jóvenes cuerpos
como
vibrantes puños de gigantes.
Lluvia del
milagroso sueño feliz
entre
sábanas limpias y suaves almohadas de plumas,
bajo el
sonoro techo de zinc que redobla
como tambor
de feria con el rítmico golpear de las gotas.
Ah, jamás he vuelto a dormir
tan plácida y entregadamente como lo hacía
cuando
contaba con la tranquilizadora certidumbre
de la
presencia de mi madre atenta y vigilante
en la
habitación contigua y sentía
el ensalmo
rumoroso de la lluvia arrulladora
cayendo
sobre el techo de zinc
de la vieja
casa de La Vega.
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