Carlos Enrique Cabrera

ESPERO que el domingo ha ya sido bueno a  pesar de la presencia de esa tormenta que pesó todo el tiempo sobre la ciudad y su atmósfera y que luego apenas sí derramó unas gotas… Y que a despecho de su agria cara de lunes el lunes que se aproxima sea maravilloso y lo podamos disfrutar al máximo Ah, ¿sentiste el temblor el sábado? Yo tampoco lo sentí, dormía la siesta, Y sólo al levantarme me enteré de lo ocurrido por la Red... Como tú mi compañera y yo nos mantuvimos todo el fin de semana recluidos en la casa (la calle en verdad no está aquí para muchas fiestas: o te atracan o te matan o te puedes ver envuelto en cualquier lío feo…) y salvo la música, las películas, las lecturas, las conversaciones siempre ricas y animadas los sabrosos imaginativos platos que elaboramos y las inefables recompensas del amor nada pasó de extraordinario… Lo más reseñable fue sin duda ese temblor de tierra cuyo epicentro estuvo en Barahona

AL FINAL se había visto obligado a hacer público el secreto que durante cuarenta y cinco largos años había ocultado a todos y aún incluso (era lo peor) a sí mismo. Ante la expectante muchedumbre que colmaba la plaza, lo reveló. Él no era más que una apariencia, un simulacro, una engañosa proyección tridimensional. Su esencia y concreción material residía en ellos: los ciudadanos, el pueblo. Y conforme sus palabras –amplificadas en la plaza por potentes altavoces y difundidas al país a través de los medios– fueron comprendidas y asimiladas, todos vieron (les tomó su tiempo darlo por real y cierto) cómo el atroz y sanguinario tirano se deshacía en el aire, no dejando tras de sí más que su abominable memoria.