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Dosis letal














SI sintiéramos de golpe en nuestro propio
ser todo el dolor que se genera en un
segundo en el mundo (o tan sólo nos lo
imaginásemos así durante ese breve
instante), caeríamos al suelo con el alma y
el cuerpo destruidos, requemados, como si
hubiésemos sido alcanzados por un rayo.

Todo ese dolor esparcido vertido en un
segundo sobre la faz de la tierra penetrando
las almas de nuestros congéneres,
mordiendo sus carnes y sus músculos y sus nervios.

Todo ese dolor físico y moral y espiritual
que se acumula en un soplo en la Tierra,
en el ser íntimo de las gentes.

Bastaría sí que por un instante nos
metiéramos en la piel (que así lo hiciéramos
durante un segundo) de esos millones de
seres que sufren e hiciéramos nuestro su
dolor para que el alma y el cuerpo se nos

rompan irreversiblemente, ya para siempre.

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