ESTOY tendido boca arriba sobre la tierra calcinada y no puedo moverme. El calor me abrasa. Tengo los ojos, la boca, la garganta resecos y retostada la piel. Ardo en fiebre. No sé desde cuándo no bebo agua ¡y cómo la preciso!
–¡Agua, agua, agua…!
Nadie aquí puede proporcionármela.
¡Nadie! Mis compañeros están en aún peor estado que el mío: yacen a mi alrededor sepultados bajo toneladas de escombros y retorcidos metales humeantes.
Mi única salvación, que el cielo descargue un fuerte aguacero que calme mi sed, lave mi cuerpo, sane –milagroso bálsamo–
la terrible herida que abrió en mi pecho el obús…
¿Siento ya el agua caer o es delirio mío…?
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Imagen: Otto Dix, Soldado herido (otoño de1916, Bapaume)
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