VEO una niña que carga o agarra o sujeta bajo el brazo una muñeca de trapo y me emociona tanto la emotiva y tierna imagen que me veo compelido a indagar de dónde me llega tan honda y grande emoción. Luego de un tiempo de atenta contemplación, algo me resulta obvio: la niña no carga ni sujeta ni agarra una pertenencia o una propiedad, algo material, un objeto inanimado, y ni siquiera un “juguete”. No. Desde la total entrega de su inocencia, la muñeca de trapo (“su muñeca”) es para la niña un ser tan “vivo” y “real” como ella misma… La niña ha incorporado la muñeca a su propio ser, a su propia humana sustancia, a su propia alma, y una a la otra –sin la menor resquebrajadura– se pertenecen por igual… Y si de pronto (esto me queda muy claro mientras la observo) la niña se viera obligada a separarse de su muñeca por cualquier motivo o circunstancia (destrucción o pérdida), un lacerante dolor desgarraría su infantil corazón y su frágil y tierna almita quedaría