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El escultor

CUANDO el artista hubo concluido la realista escultura de un joven de hoy, ésta le habló: “¿Vas a seguir esculpiendo toda tu vida seres tan tristes y solitarios como yo?”, preguntó. “No os hago así” le respondió el escultor, “porque yo quiera, como una decisión soberana de mi voluntad. Por el contrario, son ustedes los que terminan siempre imponiéndome la suya. Yo sólo soy el canal a través del cual ustedes vienen al mundo y en éste se manifiestan con entidad y vida propia, ya absolutamente independientes de mi voluntad de creador. " “Entonces yo podría hacer que tú estuvieras en el mármol y yo incluso ocupara tu lugar como ser de carne y hueso? ¿Podría yo dominar tu vida?” "Claro. De hecho mi vida está ya enteramente dominada por mis criaturas, y ya en verdad no sé cuál es más real y auténtica, si vuestras tristezas o mi alegría aparente. Yo vivo por y para ustedes; es decir, por y para mi arte, y nada hay más importante para mí que el que ustedes ven

Rock

En pleno concierto la súper estrella de rock se electrocutó con su propia guitarra eléctrica. En cuestión de segundos el vasto escenario quedó cubierto por chisporroteantes llamas danzantes y todo el Estadio por denso y negrísimo humo acre. La multitud fue presa del más intenso pánico y, sin orden ni concierto, disparó por las, por fortuna, bien señalizadas puertas de emergencia. Pero no todos los fans allí congregados (los había de toda condición, edad y sexo..) mostraron idéntico comportamiento. No. Los de estómagos más fuertes -¡viéndose ya ricos!-, tomaron por asalto el alto escenario, ya ocupado por completo por las llamas, y trabados en encarnizada lucha, disputaronse los calcinados despojos del Súper Star con la saña febril de buitres hambrientos. Olvidaban los muy ilusos que los Derechos de Promoción y Venta de aquellas “venerables cenizas” pertenecían por entero a la Casa Discográficadel artista. Volver a: Microcuentos

Dosis letal

SI sintiéramos de golpe en nuestro propio ser todo el dolor que se genera en un segundo en el mundo (o tan sólo nos lo imaginásemos así durante ese breve instante), caeríamos al suelo con el alma y el cuerpo destruidos, requemados, como si hubiésemos sido alcanzados por un rayo. Todo ese dolor esparcido vertido en un segundo sobre la faz de la tierra penetrando las almas de nuestros congéneres, mordiendo sus carnes y sus músculos y sus nervios. Todo ese dolor físico y moral y espiritual que se acumula en un soplo en la Tierra, en el ser íntimo de las gentes. Bastaría sí que por un instante nos metiéramos en la piel (que así lo hiciéramos durante un segundo) de esos millones de seres que sufren e hiciéramos nuestro su dolor para que el alma y el cuerpo se nos rompan irreversiblemente, ya para siempre.

Camión

E L CAMIÓN  dejó atrás un tramo de cerradas curvas zigzagueantes y ganando velocidad se internó en una prolongada recta en declive. Entonces lo vio. Era un hombre alto y delgado, de pie en mitad del camino, bajo el calcinante sol de la tarde. Cauto y precavido, queriendo evitar a toda costa cualquier posible accidente, redujo la velocidad del pesado vehículo e hizo  sonar repetidas veces la estridente bocina. Pero el hombre no se movió ni un ápice de su sitio;   permaneció  allí en medio de pie, erguido cuan largo era, absolutamente imperturbable. Consternado –“ no era plan de llevármelo por delante,  de aplastarlo como una mosca, de cargar por el resto de mis días con  esa muerte sobre mis espaldas”…– , sacó medio cuerpo fuera de la alta y espaciosa cabina y prodigó gestos, señas, muecas, gritos y todavía más bocinazos... Pero tampoco ahora el hombre se movió de su sitio. Por el contrario, con reconcentrada determinación  –lo veía ya con absoluta nitidez, pues la dist

Palabras de bienvenida

Bienvenido Intrépido Internauta! Acabas de arribar al blog del escritor Carlos Enrique Cabrera. Espero que la navegación a través del mismo te resulte muy fructífera y estimulante. Aquí encontrarás ficción en estado puro (cuentos, microcuentos...), es decir, una manera creativa y sensible de cercar la realidad, procurando ahondarla y, de algún modo, entenderla y explicarla. Y más aún: exorcizarla. Lo que supone poner con el artificio del arte un poco de orden en el caos de la tumultuosa torrentera de la vida. Tales son las pretensiones del material que aquí te ofrezco, que también busca, cómo no, conmoverte, sacudirte y seducirte. Completan el vuelo imaginativo de los textos de ficción ensayos sociales, culturales y de crítica literaria, reflexiones, crónicas y entrevistas. Junto al obligado acopio –en estos tiempos y en este rico y versátil medio– de imágenes y sonido, encontrarás también información sobre mi persona (poca) y sobre mi obra. Sobre esta última la más posible, por e

Relato

ESTABA a punto de apagar el ordenador para irse a la cama cuando se le ocurrió aquel relato genial y ya le resultó de todo punto imposible desprenderse del mismo hasta que no lo tuvo por completo concluido. En la mañana lo leyó (emocionada voz, taza de humeante café en la mano) a su mujer, que fue viendo con creciente interés cómo la vida de los dos se relataba de forma minuciosa en aquellas páginas memorables. Al final, tal como describía con asombrosa precisión el desenlace de la historia, ambos quedaron incorporados a su trama sutil con el júbilo y regocijo infinitos de una pareja de adolescentes. Volver a: Microcuento

Astro Rey

C u ando se fue a poner el sombrero –el sol picaba fuerte ahí fuera– descubrió que ya no tenía cabeza. Conturbado (no era cosa fácil aceptar verse así de pronto sin aquella idónea percha para la costosa y apreciada prenda) la buscó empecinadamente por todos los rincones de la casa sin lograr dar con ella. ¿Dónde había podido meterse esa descocada? Dándose ya por vencido (tenía un ineludible compromiso de trabajo a las tres en punto: era vendedor de Seguros de Vida) salió a la calle. El sol brillaba rabiosamente allá en lo alto. De golpe vio (ah, no cabía en sí del asombro) cómo la enorme bola de fuego descendía veloz y ocupaba –ahí justo entre sus hombros y sobre el fornido cuello-, el lugar que otrora ocupara su loca cabeza. Desde ese momento todos en el pueblo lo conocieron como el “Astro Rey” de los vendedores de Seguros de Vida. Volver a: Microcuento